EL JARDÍN DE PSIQUE

Para todos aquellos curiosos de la Antigüedad, Bizancio y la Grecia Moderna

Antonis Samarakis (1909-2003)

Ο Αντώνης Σαμαράκης (1919/2003) οφείλει την επιτυχία του στην παγκοσμιότητα των ηρώων του. Τα πρόσωπα των μυθιστορημάτων του Σαμαράκη αντιπροσωποπεύουν το σύγχρονο άνθρωπο που συνθλίβεται από τους μηχανισμούς του κράτους και την αδιαφορία. Το έργο του περιλαμβάνει μερικές συλλογές διηγημάτων (Ζητείτε ελπίς, 1954, Αρνούμαι, 1961, Το διαβατήριο, 1973) και ένα μυθιστόρημα, Το λάθος (1965). Το τελευταίο εξελίσσεται σε μία φανταστική χώρα, που όμως έχει πολλές ομοιότητες μεν την Ελλάδα της εποχής, όπου ο φόβος του κομουνιστικού κινδύνου ευνοεί την κατασκοπεία και η δολοφονία του βουλευτή της Αριστεράς Γρηγόρη Λαμπράκη (1963) προαναγγέλει ένα επικείμενο πραξικόπημα. Την ιδία στιγμή η λογοτεχνία στη Ευρώπη επηρεάζεται από το κινηματογράφο, που γίνεται από πόλλους αντικείμενο μίμησης. Οι συγγραφείς προσπαθούν να γράφουν στη γλώσσα των απλών ανθρώπων στην απλούστερη μορφή της. Την τεχνική αυτή ακολούθησε και ο Σαμαράκης στα έργα του, που έγιναν πολύ δημοφιλή, καθώς έχουν ελεύθερο και σκωπτικό ύφος (στερεότυπες εκφράσεις, επαναλήψεις, ξένες λέξεις). Η απλή υπόθεση αλλά και το απλό ύφος αντιπροσώπευε για τους αναγνώστες της εποχής μία καινοτομία που αγαπήθηκε.
Το Λάθος του Σαμαράκη γβώρισε νέα επιτυχία στα 1967, δυο χρόνια μετά την έκδοσή του, όταν το πραγματικό γεγονός της Δικτατορίας των Συνταγματαρχών έτυχε να συμπίπτει σε πολλές λεπτομέρειές με αυτό που ίσχυε στη φανταστική χώρα του μιθιστορήματος.

Antonis Samarakis (1919-2003) debe el éxito a la universalidad de sus héroes. Los personajes de los textos de Samarakis representan al hombre contemporáneo que se ve aplastado por los mecanismos del poder y por la indiferencia.
Su obra comprende varias colecciones de relatos (Se busca esperanza, 1954; Me niego, 1961; El pasaporte, 1973) y una novela, El fallo (1965). Esta última se desarrolla en un país imaginario, pero con muchas similitudes con la Grecia de la época, en donde el miedo al peligro comunista favorece el espionaje y el asesinato del parlamentario de la izquierda Grigoris Lamprakis anuncia un inminente golpe de estado.
En este momento la literatura europea está bajo la influencia del cine, que se convierte en un objeto de imitación por parte de muchos.
Los autores intentan escribir en la lengua de los hombres sencillos y, además, en su variante más simple. Esta técnica es la que también sigue Samarakis en sus obras, las cuales llegaron a adquirir gran popularidad, en cuanto poseen un tono libre y burlón (expresiones estereotipadas, repeticiones, palabras extranjeras). La sencillez no sólo de la composición, sino también del estilo representa para los lectores de la época una innovación que fue muy apreciada.
El fallo de Samarakis conoció un nuevo éxito en 1967, dos años después de su publicación, cuando la realidad de la Dictadura de los Coroneles vino a coincidir en muchos detalles con lo que acontecía en el imaginario país de la novela.


EL RÍO / ΤΟ ΠΟΤΑΜΙ (Relato incluido en Se busca esperanza)

La orden era muy clara: se prohíbe bañarse en el río, incluso el acercarse a una distancia menor de doscientos metros. No cabía, en efecto, malentendido alguno. Cualquiera que transgrediera la orden, pasaría por un tribunal militar.
El propio comandante les leyó la orden al día siguiente. Ordenó una concentración general, toda la tropa, y se la leyó. ¡Orden de la División! No era cosa de juego …
Hacía unas tres semanas que habían arribado a este lado del río. En la otra parte del río estaba el enemigo o “los Otros”, como muchos los llamaban.
Tres semanas de inactividad. Seguramente no duraría mucho esta situación, pero, por el momento, dominaba la tranquilidad.



A ambas orillas del río, en una gran extensión, había un bosque. Un bosque frondoso. Dentro del bosque habían acampado tanto los unos como los otros.
Sus informaciones eran que “los Otros” tenían dos batallones allí. Pero, a pesar de ello, no intentaban un ataque, quién sabe qué proyectaban hacer. Mientras tanto, los vigías de uno y otro lado estaban ocultos en el bosque, aquí y allí, dispuestos ante cualquier eventualidad.
¡Tres semanas! ¡Habían pasado tres semanas! No recordaban, en esta guerra que había comenzado hace unos dos años y medio, una pausa similar a ésta.
Cuando llegaron al río aún hacía frío. Al cabo de varios días el tiempo había mejorado. ¡Ya era primavera!
El primero que se escabulló hacia el río fue un sargento. Se escabulló una mañana y se zambulló. Un poco más tarde se arrastró hacia los suyos con un par de balas en el costado. No vivió muchas horas.
Al otro día dos soldados se dirigieron hacia allí. Nadie les volvió a ver más. Únicamente se oyeron disparos y, después, silencio.
Fue entonces cuando salió la orden de la División.
Con todo, el río constituía una gran tentación. Oían discurrir el agua y lo anhelaban. Durante estos dos años y medio les había comido la mierda. Se habían desacostumbrado a toda una serie de disfrutes. Y he aquí que ahora había encontrado en su camino este río. Pero la orden de la División …
- ¡Al diablo con la orden de la División! Se dijo entre dientes aquella noche.
Giró y volvió a girarse, pero no mantenía la calma. Oía el río a lo lejos y éste no le dejaba descansar.
Iría al día siguiente, iría fuera como fuese. ¡Al diablo la orden de la División!
Los demás soldados dormían. Finalmente el sueño también se apoderó de él.
[…]
Al llegar a la orilla se detuvo y lo miró. ¡El río! Así que existía, al fin y al cabo, ese río. Hubo momentos en los que pensaba si no existía de verdad. Si acaso no era una fantasía de todos ellos, una alucinación colectiva.
Había encontrado una oportunidad y se había dirigido hacia el río. ¡La mañana era maravillosa! Si tuviera suerte y nadie se lo oliera … Si le diera tiempo tan sólo para zambullirse en el río, para entrar en sus aguas, lo que viniera después no le importaría.
En un árbol, en la orilla, dejó su ropa y de pie, sobre el tronco, su fusil.
Echó dos últimos vistazos, uno hacia atrás, por si hubiera alguien de los suyos, y otro hacia la orilla contraria, por si hubiera alguno de “los Otros”. Y entró en el agua.
Desde el momento en que su cuerpo, todo desnudo, entró en el agua, ese cuerpo que llevaba dos años y medio de tormentos, al que habían marcado, hasta ahora, dos heridas, desde ese mismo instante se sintió otro hombre. Era como si le pasara por dentro una mano con una esponja y borrara estos dos años.
Nadaba unas veces boca abajo, otras boca arriba. Dejó que la corriente lo llevara. Se zambulló también por largo tiempo …
Era un niño ahora este soldado, que no tenía más de veinte años y a quien, sin embargo, los dos últimos años y medio le habían dejado unas profundas huellas en su interior.
A derecha y a izquierda, y en las dos orillas, revoloteaban los pájaros, lo saludaban pasando de cuando en cuando por encima suya.
Por delante de él iba ahora una rama a la que arrastraba la corriente. Se dispuso a alcanzarla de una sola y larga zambullida. Y lo consiguió. Salió del agua justo al lado de la rama. Sintió alegría. Pero en ese mismo instante vio una cabeza delante de él, a unos treinta metros de distancia.
Se detuvo e intentó ver mejor.
Y el que nadaba allí lo había visto, también él se había detenido. Se miraban.
Al punto volvió a ser el que era con anterioridad: un soldado que llevaba dos años y medio de guerra, que tenía una cruz de guerra, que había dejado su fusil en el árbol.
No podía comprender si el que estaba frente a él era uno de los suyos o de “los Otros”. ¿Cómo saberlo? Veía una cabeza tan sólo. Podía ser uno de los suyos. Podía ser unos de “los Otros”.
Por varios minutos ambos permanecieron inmóviles en el agua. El silencio lo cortó un estornudo. Era él quien estornudó y, según su costumbre, maldijo en voz alta. Entonces el de enfrente comenzó a nadar a toda prisa hacia la otra orilla. Tampoco él perdió tiempo. Nadó hacia su orilla con todas sus fuerzas. Salió el primero. Corrió hacia el árbol donde había dejado su fusil. Lo agarró. “El Otro” acababa de salir justamente del agua. También corría ahora aquél para coger su fusil.
Él levantó su fusil, apuntó. Le era extremadamente fácil meterle una bala en la cabeza. “El Otro” era una excelente diana conforme iba corriendo todo desnudo a tan sólo unos veinte metros de distancia.
No, no apretó el gatillo. “El Otro” estaba allí, desnudo tal y como vino al mundo. Y él estaba aquí, desnudo tal y como había venido al mundo.
No podía disparar. Estaban ambos desnudos. Dos hombres desnudos. Desnudos de ropa. Desnudos de nombre. Desnudos de nacionalidad. Desnudos de su propio caqui.
No podía disparar. El río no los separaba ahora, antes bien, los unía.
No podía disparar. “El Otro” se había convertido ahora en otro hombre, sin o mayúscula, ni más ni menos.
Bajó su fusil. Bajó su cabeza.
Y no vio nada hasta el final, sólo alcanzó a ver un pájaro que aleteó asustado cuando salió desde la orilla contraria el disparo, y él se arrodilló primero y, al cabo,cayó con el rostro a tierra.

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